Una reflexión sobre las defensas en el auto-crecimiento .
El síntoma es insidioso. Insiste, insiste... Parece el pájaro carpintero que, como en la publicidad, te taladra el cerebro. Pero muchas veces no es tan gráfico, y no te taladra el cerebro, sino que te muerde el cuerpo de distintas maneras.
Lo quieres correr y entonces es cuando más se esfuerza y permanece ahí, silencioso pero hablando a gritos. Pero claro, nadie dijo que tenemos el don para saber interpretar su misterioso idioma.
Y se va aprendiendo de a poco esa capacidad que permite, al menos en un primer momento, verlo como signo: una tos persistente, una idea que nos hace ruido pero no podemos terminar de entender, una enfermedad que ya se hizo crónica…de tanto insistir en que la atendamos.
Y si nos quedamos atendiendo el signo, tratando de ponerle un parche a la consecuencia en vez de atacar la causa, perdemos.
Seguirá insistiendo en mostrarse. Y es que el signo es solo lo que aparece en la superficie.
Al adentrarnos más en nuestro estudio de nosotros mismos, debemos llegar a entender al signo encubriendo un símbolo.
O sea, si nos quedamos tratando de entender un sueño desde la superficie de lo que las imágenes nos muestran, nos quedamos perplejos sin entender nada.
Qué querrá decir que se derrumba mi casa, si mi casa está bien? Ahora si al signo “casa” le asignamos otras dimensiones más simbólicas, el análisis cambia y entonces el inconsciente logra llegar a decirnos lo que nos quiere decir.
Y ahí entonces, al leer el sueño como metáfora de otra cosa, lo recibo.
Y si sigo profundizando más aún, le voy sacando todavía más significados y entendiendo más mi realidad al extrapolarlo.
El síntoma… entonces, es puro signo? Si lo veo así, seguirá insistiendo, forzándome a desplegarle más significados hasta que entienda y logre ver lo que subyace, analice el error, reformule mis creencias o mis posturas, y tras este baldazo de agua fría que recibo al darme cuenta, cambie aquello que lo genera.
Entonces desaparecerá porque ya aprendí lo que tenía que aprender.
Si no lo hago, seguirá insidiosamente molestando, y yo me preguntaré por qué sigo eligiendo los hombres que elijo, los amigos que elijo, los trabajos que elijo, o sea, por qué sigo tropezándome siempre con el mismo tipo de piedras.
O por qué me operé de esto y aparece otra cosa en otro órgano o en el mismo a veces?
Por qué tomo el jarabe para la tos, se alivia, pero después me empieza a doler la garganta…?
Puedo pasar por victimizarme y achacarle la culpa a lo malo que son los demás conmigo, al tiempo frío, a que el médico es malo, a que el terapeuta es malo porque yo no cambié nada desde que voy y ya le pagué una fortuna, a que el medicamento no es eficaz.
Primer momento, negar y proyectar lo malo afuera.
Esto, si también lo puedo ver como signo, puedo adentrarme un poco más en que es símbolo de otra cosa: de que estoy poniendo algo afuera, estoy responsabilizando a un objeto externo a mí, y sabiendo esto, puedo recuperar esa proyección y verme, desde una zona testigo de mí misma.
Como si desde adentro viera a mi “víctima” quejándose y entrara en diálogo con ella y le dijera:
“ Te quejas de eso que pones afuera, entérate que es tuyo y resolvelo para que deje de aparecer en el afuera.”
Una vez recuperado esto, viendo ese signo en su valor metafórico, simbólico, ese otro malo sobre el que depositaba todas las culpas se torna en maestro. Me enseña, me muestra, puestas en otro, las partes mías negadas y proyectadas que tengo que recuperar para poderlas trabajar y entonces, cambiar la piel.
CAMBIAR LA PIEL es una metáfora que presupone hacer un cambio subjetivo, abandonar una conducta, una creencia; en definitiva, desapegarme de aquello que me ataba a un sufrimiento que no es gratuito, pero que sí es innecesario una vez resuelto.
CAMBIAR LA PIEL no significa cambiar mi esencia, dejar de ser yo misma.
CAMBIAR LA PIEL es podar las ramas viejas, no arrancar el árbol y plantar uno nuevo.
Me desapego y cambio de piel. Quedo expuesta, a mí misma, al otro si me está ayudando, y me permito mostrarme.
La piel nueva es todavía vulnerable, no tiene callos, no está probada. “Mejor malo conocido que bueno por conocer”, me dicen mis miedos, me dicen mis viejos hábitos apegados a la seguridad de lo conocido, aunque esto sea el dolor o la insatisfacción.
“Que cambie el entorno, cambio el médico, cambio la pastilla, que cambie mi marido, mi jefe, mi hermano. Yo soy así y no voy a cambiar, la culpa la tiene otro”, le responde mi piloto automático que es más vago y miedoso que un chico asustado. Son las ramas viejas que se resisten a que las pode y se aferran a la vida.
Cambiar la piel equivale a echar una nueva rama. Soy el árbol, no la rama que estoy podando. Cambio la piel pero el cuerpo que está debajo sigue siendo el mío. La rama nueva que empieza a crecer por debajo es todavía tierna, vulnerable y hay que cuidarla. Pero es lo que nos permite ir viéndonos desplegar nuevos potenciales que estaban latentes, con energía para aflorar y crecer en la medida en que le diéramos la oportunidad y el espacio.
Podar las ramas viejas no implica desarraigarnos, cambiar el árbol por otro. Todo lo contrario. Al podar el árbol le permitimos recibir más sol y fortalecemos más nuestras raíces.
Ya que las ramas nuevas son esos potenciales que pensábamos que no teníamos y que comprobamos que tenemos y que damos frutos nuevos. Y entonces comprobamos que nos apegamos a lo viejo en vez de fortalecer nuestro propio arraigo en nuestras capacidades latentes.
Y todo lo nuevo genera ansiedad, porque es entrar en lo desconocido.
Hacia adentro? Obviamente, entrar en lo desconocido de nosotros mismos, en la sombra, genera miedo. Si lo desconocido es justamente aquello que negamos de nosotros mismos y que se ve tan clarito en nuestras proyecciones sobre los demás. Este es el primer paso de nuestro semiólogo en su propio trabajo de campo. Desentrañar lo simbólico a través de la auto-observación.
Hacia afuera? Probando conductas nuevas producto de este saber nuevo sobre nosotros mismos que hemos ido develando, y que nos permite encarar nuevas actividades, ya con la seguridad de hacerlo desde una piel nueva que se permite, con cuidados, arriesgarse a salir al mundo para ir formando una dermis más resistente y menos vulnerable. Una ramita que se muestra al sol para crecer con más energía, y se resguarda de las inclemencias con la auto-
protección de sabernos los cuidadores de nuestro propio árbol.
Nadie dijo que fuera fácil crecer.
~ Claudia Gentile
Gracias Francisca Lara
GrAcias Nauyaca de frío.
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